El 8 de septiembre de 1968 Duke Ellington (1899-1974) brindó un gran concierto de jazz en el club Estudiantes, en la apertura del IX Septiembre Musical. En realidad el corpulento jazzman (1,80 m.) de amplia sonrisa y grandes ojeras dio dos shows. El musical, ante una nutrida concurrencia de unas 3.000 personas, y otro ante los periodistas, apenas llegado con su orquesta el día anterior. Precedido por su buen humor, su capacidad como compositor, músico de orquesta y ejecutante, y su fama de mujeriego incorregible, apenas se bajó del avión sorprendió a un funcionario que había ido a recibirlo, al levantarlo y darle su saludo característico con cuatro besos en las mejillas.
Después, tras decirle al cameraman “por favor, trate de mejorarme el aspecto”, conversó en el hotel, traductora mediante, con los periodistas.
-¿Qué influencias reconoce?
-Me influyeron todos los músicos del pasado (...) lo único importante es que cuando un músico escucha a otro se produce la contaminación. Es inevitable.
-¿Con qué método trabaja para componer?
-Soy un periodista frustrado. Porque si no me pusieran un plazo terminante para concluir mis cosas, no las acabaría nunca, igual que ustedes.
-¿Cuál es la clave para que su orquesta no se haya desintegrado nunca en 40 años?
-Lo que pasa es que tengo un truco eficaz y novedoso. Les pago bien.
Habló, serio, de las libertades y dijo que sólo es válida la libertad que se ejerce contra el odio, contra el miedo y contra el orgullo estúpido.
Cuando los periodistas se despidieron, largó su último chiste. Dijo que en castellano sólo sabía decir “te amo locamente”. Pero no se lo podía decir a los periodistas.